Friday, September 24, 2010

Etnografía en Los Cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer y en Mí


El autor Geoffrey Chaucer es uno de los más importantes en la literatura inglesa, por su verso y prosa tan descriptiva y clara. Escritos a los finales del siglo 14, los Cuentos de Canterbury son únicos en su manera de pintar una imagen de sus personajes con solo palabras.  Este es el arte del Sr. Chaucer, detallar cada aspecto de un personaje – su vestimenta, su personalidad, su status social – de tal manera que los que leen su obra maestra, tenemos una imagen mental perfecta de cada sujeto.   Es esta cualidad de descripción detallada y atención minuciosa a lo que cada persona transmite, que destaca a Chaucer y que lo haría un excelente maestro investigador, ya que para poder ser un maestro investigador en un aula de clase, se debe tener una calidad observadora superior y la habilidad de usar lo que uno observa para mejorar como maestro.  Comparto esta cualidad de observación con el destacado autor, ya que mi trabajo como educadora lo requiere.  Les relato un caso específico a continuación.

Una Experiencia

Era agosto del 2009.  Había apenas empezado mi segundo mes trabajando en el ámbito educativo, con poca experiencia con niños y cómo hacerles llegar la información que requería el currículo.  Sin embargo, estaba fascinada aprendiendo tanto como los estudiantes, y ese día era el primero donde estaría sola con los estudiantes, sin el respaldo de un ayudante para salvarme en caso de algún eventualidad.  
            A los pocos minutos de mi entrada al salón se escuchaban los pasos de piecitos en el corredor y se acercaban al salón donde yo me encontraba.  Era Tomás Pérez, al que le digo mi "garrapata" por ser el más pequeño de los estudiantes, y el que me da abrazos a cada oportunidad y no se despega hasta que yo le haga cosquillas y esté feliz riéndose a carcajadas. Tomás mide unos 115 centímetros, es de tez morena, con unos ojos grandiosos negros y un pelo finito y liso, pero abundante, siempre desordenado como si se hubiera montado a su bus con el pelo con el que amaneció.  Lleva puestos unos blue jeans con rotos en las rodillas, unos tenis guayos Adidas de color amarillo fosforescente, todo acompañado de su camiseta de fútbol favorita: rayas rojas, amarillas y azules, el escudo del FC Barcelona en el frente, y al dorso, en letras amarillas brillantes, el nombre Messi en los hombros y el número 19 en el centro.  Me abraza como todos los días, le hago cosquillas, saca su agenda y la pone en la mesa verde, y aún risueño de las cosquillas, se sienta en el sofá a leer un libro acerca de su ídolo, Lionel Messi. Mi garrapata es el primero de 20 estudiantes que llegarían en el recorrido de los próximos 20 minutos.  Todos me saludan con un abrazo y algunos me cuentan de los momentos fantásticos que habían tenido el fin de semana, jugando con amiguitos en su unidad, gozando los animales en sus fincas o recordando la torta tan deliciosa que le dieron en el cumpleaños de algún compañero.  
La última en entrar es Juliana Mesa, la niñita que más me ha capturado el corazón y a la que indudablemente, más cariño le tengo.  Juliana es la más alta del salón, midiendo unos 130 centímetros aproximadamente, con cabello que le llega hasta los hombros, de color castaño oscuro reluciente, rodeado de una diadema y un moño de cinta café con lunares rosados. Su tez blanca como la nieve, cachetes colorados por correr desde el bus hasta el salón, y una gran sonrisa a la que le faltaban los dos dientes delanteros superiores.  Vestida como muñeca de revista: con pantalón chicle café que le baja hasta la pantorrilla y una camiseta de color rosado bebé con lunares cafés, con manga corta y vuelos a la altura de la cadera.  Tiene medias rosaditas que le llegan al tobillo, con detallitos en los bordes con encaje café, acompañados de unos tenis cafés con cordones rosados.  Me saluda con un abrazo más calido que los 19 anteriores.  Me dice "My Karen, I love you! I missed you so much!" Lo que quiere decir "Mi Karen, ¡Te amo! ¡Te extrañé mucho!"
Empezamos el día con una actividad de escritura donde les pedí a los estudiantes que describieran a su mascota o a su animal favorito, con el máximo número de detalles que pudieran elaborar en inglés.  Siendo el comienzo del año escolar, no tenía altas expectativas para los trabajos de los niños, ya que su inglés había sufrido el desmejoramiento que es usual al regreso de dos meses de vacaciones.   Mientras los estudiantes trabajaban, yo circulaba por el salón, ayudándoles a los estudiantes a traducir palabras que se encontraban por fuera de sus vocabularios, corrigiendo pequeños problemas de disciplina y concentración, admirando el esfuerzo de todos, etc.  Mientras circulaba por el aula, observé que  Juliana estaba teniendo especial dificultad, lo cual percibí cuando la escuchaba gemir, casi inaudiblemente y la veía mordiendo el lápiz nerviosamente. Me senté al lado de ella para ver qué era el problema.  Ví que, al igual que muchos niños a su edad, reversaba letras, pero no era eso el único problema, ví algo aún más extraño.  Todas las letras estaban reversadas, pero las oraciones también.  Una frase que decía “I have cat Romeo” estaba escrita “oemoR tac evah I”  Consternada por lo que ví y sin entender qué ocurría, le pedí a al estudiante sentado a la derecha de Juliana que fuera por Olguitia Ortega, la profesora especialista en ayudar niños con dificultades. 
Olguita es una mujer amable y cariñosa, con un trato superior con los estudiantes y las profesoras.  Es una mujer de un conocimiento superior acerca del proceso lecto-escritural en los niños pequeños.  Es de estatura bajita, de composición gruesa, su característica física más distintiva siendo su cabello corto, rubio y muy crespo. 
Ella entró al salón con una mirada de confianza y paz. Sus palabras hacia mí, dulces y suaves, me preguntaban qué sucedía.  La senté junto a Juliana, y le mostré el cuaderno donde estaba escribiendo.  Inmediatamente, la mirada de Olguita cambió, se tornó a incredulidad y asombro.  Me pidió que si podía llevar a Juliana a su oficina para hablar con ella, y con total perplejidad le dije que sí.  Estuvieron por fuera del salón una media hora, cuando regresaron, Juliana estaba feliz, con una sonrisa de oreja a oreja. La niña me dijo que la mamá vendría por ella y que iba a visitar a un amigo de su mamá.  Olguita me explicó que la niña iría donde un psiquiatra para que la evaluaran y que en una semana sabríamos el resultado.
Fue una semana muy larga. Una semana sin saber qué le ocurría a mi Juliana. Pero el día llegó y los resultados estaban con Olguita. El psiquiatra, en sus análisis y en sus pruebas con la niña, había descubierto que Juli tenía dislexia. 
Yo no entendía.  Había escuchado de la dislexia, pero no conocía de que se trataba ni cómo trabajar con eso.  Pero gracias a ese descubrimiento, ahora Juli está recibiendo el apoyo que necesita de profesores con experiencia en ayudar a estudiantes con dislexia.  Y también, gracias a Juliana, he desarrollado un profundo interés en el tema de las dislexia y he aprendido más acerca de esa condición y espero algún día trabajar con estudiantes disléxicos y ayudarlos a salir adelante. 

Conclusión

Mi relato de mi experiencia de Juliana resalta mi habilidad observadora, similar a la del distinguido Chaucer.  Observo las cosas, las personas, y las situaciones con mucho detalle y es por esa atención a los detalles que logré descubrir un problema en una alumna, el cual no había sido detectado en sus dos años largos en el colegio.  Por esa misma cualidad, siento que tengo una gran capacidad para ser una maestra investigadora, ya que hay que ser muy bueno para detallar las pequeñas anormalidades que pueden ocurrir en un aula de clase donde se está llevando a cabo algún tipo de investigación.

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